lunes, 10 de diciembre de 2018

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL


Revolución industrial y capitalismo

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la sociedad inglesa protagonizó un proceso que transformó el modo de vida de las sociedades europeas. Ese proceso fue la Revolución
Industrial.

Generalmente, los historiadores explican este proceso diferenciando dos fases. La primera, en la que se originó el “despegue industrial” —el crecimiento acelerado— a partir de la expansión de la industria textil algodonera; y la segunda, que se desarrolló a partir de 1850, en la cual la industria —impulsada por nuevos descubrimientos científicos y técnicos— se afirmó como la actividad económica más importante en Inglaterra, Francia, Alemania y los Estados Unidos.

El despegue industrial estuvo profundamente relacionado con el aumento del comercio internacional originado por la expansión colonial y el predominio inglés en los circuitos comerciales coloniales más importantes: a partir del siglo XVIII, Inglaterra se convirtió en la principal potencia mundial y organizó un gran imperio comercial. Al mismo tiempo, la posibilidad de abastecer la demanda creciente de vastos mercados fue posible a partir de la aplicación de innovaciones técnicas sencillas y relativamente baratas, que permitieron, producir más y a menor costo.

La segunda fase de la Revolución Industrial se inició a partir de 1850 en Europa Occidental y en los Estados Unidos. Las nuevas industrias que se desarrollaron fueron las que utilizaban hierro, acero y carbón. La construcción de ferrocarriles fue la principal actividad industrial que combinó esos tres elementos. Más tarde, hacia final de siglo, también comenzaron a desarrollarse las industrias química y eléctrica. En esta segunda fase de la industrialización fue muy importante la aplicación de los descubrimientos científicos en la industria. Durante la primera fase, en cambio. el progreso técnico alcanzado no había sido el resultado de las investigaciones de los hombres de ciencia, sino del aporte de artesanos seguros, ingeniosos, expertos en su oficio, que buscaban solucionar los problemas cotidianos que se les presentaban en su trabajo para poder producir más.

La aplicación de las innovaciones técnicas durante la segunda fase de la Revolución Industrial hizo necesarias grandes inversiones de capital. Esto fue posible gracias a las copiosas ganancias que los capitalistas habían logrado acumular con la producción de paños de algodón, en la primera fase del desarrollo industrial.

La industrialización no se desarrolló en todos los países europeos al mismo tiempo. Comenzó en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XVIII y continúo en Francia durante las primeras décadas del siglo XIX. La industrialización alemana fue más tardía, ocurrió hacia mediados del siglo XIX. En España, en Italia y en gran parte de Europa Oriental, la agricultura siguió siendo la base económica.


Tomado de:
Alonso, M., Vázquez, E., Giavón, A., Historia. El mundo contemporáneo. Aique. Buenos Aires, 1999. Pág. 22 a 25.

Factores presentes en el origen de la segunda guerra mundial

En primer lugar, la Segunda Guerra Mundial surgió en función del enfrentamiento entre ideologías que amparaban sistemas político—económicos opuestos. A diferencia de la guerra anterior, enmarcada en un solo sistema predominante —el liberalismo capitalista, común a los dos bandos—, en el segundo conflicto mundial se enfrentaron tres ideologías contrarias: el liberalismo democrático, el nazi—fascismo y el comunismo soviético. Estos dos últimos sistemas, no obstante ser contrarios entre sí, tenían en común la organización de un Estado fuerte y totalitario y el culto a la personalidad de un líder carismático, características opuestas al liberalismo que postula la democracia como forma de gobierno y la libertad e igualdad de los individuos como forma de sociedad.
En segundo lugar estaban los problemas étnicos que, presentes desde siglos atrás, se fueron haciendo más graves al llevarse a efecto las modificaciones fronterizas creadas por el Tratado de Versalles, que afectaron negativamente sobre todo a Alemania y a Austria —naciones pobladas por germanos— y redujeron de manera considerable sus territorios.
Este hecho fue determinante para difundir en esos pueblos el sentimiento de superioridad de la raza germana —identificada por Adolfo Hitler como “raza aria” de acuerdo con una idea desarrollada en la filosofía alemana del siglo XIX— frente a los grupos raciales, principalmente los judíos que controlaban la economía capitalista, y quienes, según la perspectiva de los nazis, habían dividido a los pueblos germanos e interrumpido su desarrollo económico.
Por otra parte, la insistencia de Hitler por evitar el cumplimiento del Tratado de Versalles provocó diferentes reacciones entre los países vencedores: Francia, que temía una nueva agresión de Alemania, quería evitar a toda costa que resurgiera el poderío bélico de la nación vecina. En cambio, el gobierno británico y el de Estados Unidos subestimaban el peligro que el rearme alemán representaba para la seguridad colectiva; consideraban que el Tratado de Versalles había sido demasiado injusto, y veían con simpatía la tendencia anticomunista adoptada por la Alemania nazi, porque podría significar una barrera capaz de detener el expansionismo soviético hacia Europa, calificado entonces por las democracias occidentales como un peligro mayor y mucho más grave que el propio nazismo. A causa de ese temor al comunismo, el gobierno británico adoptó una política de “apaciguamiento” respecto al expansionismo alemán, bajo la idea de que al hacer concesiones a Hitler podría evitarse una  nueva guerra y se obtendría, además, su colaboración contra el peligro soviético.
En tercer lugar, en la década de los años treinta la situación del mundo era muy distinta a la de 1914. Aparte de los trastornos ocasionados por la crisis económica iniciada en Estados Unidos, aún persistían los efectos devastadores de la Primera Guerra Mundial, que había producido una enorme transformación en todos los ámbitos de la vida humana y originado grandes crisis en prácticamente todos los países de la Tierra. Además, la secuela de tensiones internacionales que ese conflicto produjo, preparaban el camino para una nueva guerra, no obstante los intentos de la Sociedad de Naciones por evitarla. Por esta razón, puede decirse que la Segunda Guerra Mundial se originó directamente de la Primera; de ahí que ambos conflictos, enlazados por el periodo de entreguerras, constituyan lo que se considera como la “Segunda Guerra de los Treinta Años” en la historia moderna de la humanidad.
La crisis económica de la década de 1930 había estimulado a Japón a sustituir a Europa en el Lejano Oriente y a construir lo que ellos mismos llamaban «la gran Asia Oriental«, dominada por el nuevo orden japonés. Así, Japón inició una política expansionista que tenía un doble objetivo. Por un lado, controlar territorios para extraer materias primas y dominar sus exportaciones, y, por otro, reabsorber la crisis industrial mediante los encargos de armamento. La expansión «pacífica» de los años veinte se convirtió en la década de los treinta en expansión militar, que se inició en 1931 con la invasión de Manchuria, que se convirtió en Manchukuo, un estado satélite del Japón. La guerra en el Lejano Oriente comenzó, en realidad, en 1937, cuando se generalizó el conflicto chino japonés, y tuvo su momento decisivo en 1941, con el ataque a la base norte-americana de Pearl Harbor.
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