En el siguiente resumen el historiador inglés Eric Hobsbawm nos relata el desarrollo de la guerra mundial de 1939-1945.
Alemania (y más tarde Japón) necesitaba desarrollar una rápida ofensiva por las mismas razones que en 1914. En efecto, una vez unidos y coordinados, los recursos conjuntos de sus posibles enemigos eran abrumadoramente superiores a los suyos. Ninguno de los dos países había planeado una guerra larga ni confiaban en armamento que necesitase un largo período de gestación. (Por el contrario, los británicos, conscientes de su inferioridad en tierra, invirtieron desde el principio su dinero en el armamento más costoso y tecnológicamente más complejo y planearon una guerra de larga duración en la que ellos y sus aliados superarían la capacidad productiva del bando enemigo.) Los japoneses tuvieron más éxito que los alemanes y evitaron la coalición de sus enemigos, pues se mantuvieron al margen en la guerra de Alemania contra Gran Bretaña y Francia en 1939-1940 y en la guerra contra Rusia a partir de 1941. (...) Japón sólo participó en la guerra contra Gran Bretaña y los Estados Unidos, pero no contra la URSS, en diciembre de 1941. Por desgracia para Japón, la única potencia a la que debía enfrentarse, los Estados Unidos, tenía tal superioridad de recursos que habría de vencer con toda seguridad.
Alemania pareció correr mejor suerte en un principio. En los años treinta, y a pesar de que se aproximaba la guerra, Gran Bretaña y Francia no se unieron a la Rusia soviética, que finalmente prefirió pactar con Hitler, y por otra parte, los asuntos internos sólo permitieron al presidente de los Estados Unidos, Roosevelt, prestar un respaldo verbal al bando al que apoyaba apasionadamente. Por consiguiente, la guerra comenzó en 1939 como un conflicto exclusivamente europeo, y, en efecto, después de que Alemania invadiera Polonia, que en sólo tres semanas fue aplastada y repartida con la URSS, enfrentó en Europa occidental a Alemania con Francia y Gran Bretaña. En la primavera de 1940, Alemania derrotó a Noruega, Dinamarca, Países Bajos, Bélgica y Francia con gran facilidad, ocupó los cuatro primeros países y dividió Francia en dos partes, una zona directamente ocupada y administrada por los alemanes victoriosos y un «estado» satélite francés con su capital en un balneario de provincias, Vichy. Para hacer frente a Alemania solamente quedaba Gran Bretaña, donde se estableció una coalición de todas las fuerzas nacionales encabezada por Winston Churchill y fundamentada en el rechazo radical de cualquier tipo de acuerdo con Hitler. Fue en ese momento cuando la Italia fascista decidió erróneamente abandonar la neutralidad en la que se había instalado prudentemente su gobierno, para decantarse por el lado alemán.
A efectos prácticos, la guerra en Europa había terminado. Aun si Alemania no podía invadir Gran Bretaña por el doble obstáculo que suponían el mar y la Royal Air Force, no se veía cómo Gran Bretaña podría retornar al continente, y mucho menos derrotar a Alemania. Durante varios meses de 1940-1941 Gran Bretaña resistió en solitario. (…) Mientras tanto, se estaba reestructurando el mapa europeo. La URSS, previo acuerdo con Alemania, ocupó los territorios europeos que el imperio zarista había perdido en 1918 y Finlandia. Los intentos británicos de extender la guerra a los Balcanes desencadenaron la esperada conquista de toda la península por Alemania, incluidas las islas griegas.
De hecho, Alemania atravesó el Mediterráneo y penetró en África cuando pareció que su aliada, Italia, cuyo desempeño como potencia militar en la segunda guerra mundial fue muy decepcionante, perdería todo su imperio africano a manos de los británicos, que lanzaban su ofensiva desde su principal base situada en Egipto. El Afrika Korps alemán, a cuyo frente estaba uno de los generales de mayor talento, Erwin Rommel, amenazó la posición británica en el Próximo Oriente.
La guerra se reanudó con la invasión de la URSS lanzada por Hitler el 22 de junio de 1941, fecha decisiva en la segunda guerra mundial. Era una operación tan disparatada —ya que forzaba a Alemania a luchar en dos frentes— que Staiin no imaginaba que Hitler pudiera intentarla. Pero en la lógica de Hitler, el próximo paso era conquistar un vasto imperio terrestre en el Este, rico en recursos y en mano de obra servil, y como todos los expertos militares, excepto los japoneses, subestimó la capacidad soviética de resistencia. (…) El avance inicial de los ejércitos alemanes fue tan veloz, y al parecer tan decisivo, como las campañas del oeste de Europa. A principios de octubre habían llegado a las afueras de Moscú y existen pruebas de que durante algunos días el propio Stalin se sentía desmoralizado y pensó en firmar un armisticio. Pero ese momento pudo ser superado y las enormes reservas rusas en cuanto a espacio, recursos humanos, resistencia física y patriotismo, unidas a un extraordinario esfuerzo de guerra, derrotaron a los alemanes y dieron a la URSS el tiempo necesario para organizarse eficazmente.
Al no haberse decidido la batalla de Rusia tres meses después de haber comenzado, como Hitler esperaba, Alemania estaba perdida, pues no estaba equipada para una guerra larga ni podía sostenerla. A pesar de sus triunfos, poseía y producía muchos menos aviones y carros de combate que Gran Bretaña y Rusia, por no hablar de los Estados Unidos. La nueva ofensiva lanzada por los alemanes en 1942, una vez superado el terrible invierno, pareció tener el mismo éxito que todas las anteriores y permitió a sus ejércitos penetrar profundamente en el Cáucaso y en el curso inferior del Volga, pero ya no podía decidir la guerra. Los ejércitos alemanes fueron contenidos, acosados y rodeados y se vieron obligados a rendirse en Stalingrado (verano de 1942-marzo de 1943). A continuación, los rusos iniciaron el avance que les llevaría a Berlín, Praga y Viena al final de la guerra. Desde la batalla de Stalingrado, todo el mundo sabía que la derrota de Alemania era sólo cuestión de tiempo.
Mientras tanto, la guerra, aunque seguía siendo básicamente europea, se había convertido realmente en un conflicto mundial. (…) El triunfo de Hitler en Europa dejó vacío imperialista en el sureste de Asia. La ocasión fue aprovechada por Japón para establecer un protectorado sobre los indefensos restos de las posesiones francesas en Indochina. Los Estados Unidos consideraron intolerable esta ampliación del poder del Eje hacia el sureste asiático y comenzaron a ejercer una fuerte presión económica sobre Japón, cuyo comercio y suministros dependían totalmente de las comunicaciones marítimas. Fue este conflicto el que desencadenó la guerra entre los dos países. El ataque japonés contra Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 dio al conflicto una dimensión mundial. En el plazo de unos pocos meses los japoneses se habían apoderado de todo el sureste de Asia, tanto continental como insular, amenazando con invadir la India desde Birmania en el oeste, y la zona despoblada del norte de Australia, desde Nueva Guinea.
Probablemente Japón no podría haber evitado la guerra con los Estados Unidos a menos que hubiera renunciado a conseguir un poderoso imperio económico, que era la piedra angular de su política. Sin embargo, no cabía esperar que los Estados Unidos de Roosevelt, tras haber visto las consecuencias de la decisión de las potencias europeas de no resistir a Hitler y a Mussolini, reaccionaran ante la expansión japonesa como lo habían hecho británicos y franceses frente a la expansión alemana. En cualquier caso, la opinión pública estadounidense consideraba el Pacífico (no así Europa) como escenario normal de intervención de los Estados Unidos, consideración que también se extendía a América Latina. El «aislacionismo» de los Estados Unidos sólo se aplicaba en relación con Europa. De hecho, fue el embargo occidental (es decir, estadounidense) del comercio japonés y la congelación de los activos japoneses lo que obligó a Japón a entrar en acción para evitar el rápido estrangulamiento de su economía, que dependía totalmente de las importaciones oceánicas. La apuesta de Japón era peligrosa y, en definitiva, resultaría suicida. Japón aprovechó tal vez la única oportunidad para establecer con rapidez su imperio meridional, pero como eso exigía la inmovilización de la flota estadounidense, única fuerza que podía intervenir, significó también que los Estados Unidos, con sus recursos y sus fuerzas abrumadoramente superiores, entraron inmediatamente en la guerra. Era imposible que Japón pudiera salir victorioso de este conflicto.
El misterio es por qué Hitler, que ya estaba haciendo un esfuerzo supremo en Rusia, declaró gratuitamente la guerra a los Estados Unidos, dando al gobierno de Roosevelt la posibilidad de entrar en la guerra europea al lado de los británicos sin tener que afrontar una encarnizada oposición política en el interior. Sin duda, a los ojos de las autoridades de Washington, la Alemania nazi era un peligro mucho más grave, o al menos mucho más general, para la posición de los Estados Unidos —y para el mundo— que Japón. Por ello decidieron concentrar sus recursos en el triunfo de la guerra contra Alemania, antes que contra Japón. Fue una decisión correcta. Fueron necesarios tres años y medio para derrotar a Alemania, después de lo cual la rendición de Japón se obtuvo en el plazo de tres meses. No existe una explicación plausible para la locura de Hitler, aunque es sabido que subestimó por completo, y de forma persistente, la capacidad de acción y el potencial económico y tecnológico de los Estados Unidos, porque estaba convencido de que las democracias estaban incapacitadas para la acción.